Las personas interpretamos la realidad mediante ciertas metáforas estructurantes con las que comparamos los hechos. Si dejáramos de emplear el modelo del amor -y sus falsas metáforas de la eternidad- para describir las relaciones de pareja todo sería diferente. Hay otros, pero nuestra obstinada estupidez continúa atrapada en él. Casi todo lo que las personas hacemos o sentimos depende tanto del modelo sobre el que lo interpretamos como de los sucesos que se nos muestran. Sin modelización no hay mundo o éste es caótico e imposible de ordenar mediante los significados. Somos ciegos a la realidad desnuda. Habitamos micromundos configurados por nuestras categorías y metáforas.
El modelo de la sinapsis, por ejemplo, resulta muy productivo. Dos estructuras biológicas y sociales –las neuronas- hacen contacto mediante el intercambio de ciertos fluidos. La información circula entre una neurona y otra produciendo cambios en su estado y dando lugar a modificaciones de todo el circuito al que pertenecen. Como consecuencia de ello la representación del mundo se transforma y se generan cambios en la conducta observable. Cuando la conexión adquiere condiciones muy especiales o sucede en contextos particulares se originan nuevos circuitos capaces de trastornar, hasta hacerlo irreconocible, al organismo al que pertenecen. Se da lugar a un “nuevo ser” con habilidades diferentes y nuevas competencias.
Otras veces el encuentro de neuronas desata una tormenta, perturba y desorganiza a ese organismo. Su conducta se hace anómala, disfuncional. No hay garantías -en ninguno de los casos- de que la conexión resulte estable o definitiva. La interacción con lo real, el transcurso cambiante de la vida, ocasiona que se configuren nuevas sinapsis adaptativas. Cuando una de ellas resulta más efectiva que la anterior, el circuito se reordena. Desactiva las redes anteriores y adopta nuevos caminos para interactuar con el mundo en el que vive. Al contrario de lo que suele creerse, no es el tamaño del cerebro lo que nos hace humanos sino su impresionante habilidad para tejer una trama de relaciones entre sus neuronas. De hecho, el volumen cerebral se ha reducido a lo largo de la evolución a expensas del incremento de los circuitos que lo configuran.
El cerebro emplea el mecanismo de la recompensa –productor de euforia y bienestar- como recurso para seleccionar sus propios caminos. Aquel que produzca la recompensa mayor será el elegido. La búsqueda permanente de esta satisfacción determina la conducta tanto en condiciones normales como en muchas patologías. Lo definitivo y permanente no es la sinapsis sino el deseo del bienestar que ella facilita. Estamos encadenados al placer y no a las estructuras. Somos seres hedónicos y sociales. Nuestro cerebro se ha transformado hasta adquirir las habilidades cognitivas necesarias para cumplir con estas funciones.
Una idea estática y definitiva del vínculo amoroso es a todas luces inapropiada. Es como si quien encontrara recompensa en la alimentación decidiera fusionarse con una heladera. El procedimiento sería fantástico mientras la heladera guardara comida. Pero es una verdadera estupidez hacerlo sabiendo que la fusión durará mucho más que el contenido del refrigerador. Confundir la unión con el resultado que ella produce es algo que la biología nunca hace pero las personas sí. Ingenuos o enceguecidos, casi todos confundimos el dedo que señala la cosa con la cosa señalada por el dedo.
PD: existen otras metáforas sobre las que es posible describir las realciones de la pareja humana. El ejercicio es divertido y liberador. Te dejo algunas pero vos podrías encontrar otras: el baile, la guerra, el juego de los platos chinos que giran, la dinámica planetaria del sistema solar, etc.